El fútbol es un deporte cruel, incluso para aquellos que están en la élite. Como entrenador, la esperanza te da alas, te construye a ti y a tu juego. Pero las expectativas pueden llegar a destruirte poco después. No importa lo bien que alguien lo haga, porque siempre habrá una nube negra sobre su cabeza.
Algunos consideraron lo de Guardiola en Alemania como un fracaso porque no llegó a levantar el título de la Champions League. Algunos mancharán y tacharán de incompleta la impecable carrera de Lionel Messi si no consigue ganar el Mundial con Argentina. El problema es que a veces los aficionados esperan demasiado, incluso con intelectuales del juego como pueden ser Pep o Leo, que inspiran y dejan volar la imaginación del que los ve.
Dejemos a un lado todos los clichés. Que el Leicester ganara la Premier League será durante mucho tiempo lo más humanamente imposible que le haya sucedido al fútbol inglés en su historia. Todos sabemos por qué: porque era un sueño imposible. Y lo mejor de este sueño imposible es que todos tenemos nuestro fragmento favorito. Es una historia de múltiples facetas. Algunos se deleitaron con el hecho de que un delantero del fútbol regional inglés como Vardy, encendiera la llama. Otros apreciaron al genio implacable de Mahrez, que deslumbró semana tras semana, mientras que algunos apuntarán al siempre omnipresente Kanté.
Los románticos, sin embargo, no hablarán de ningún jugador en particular o del sistema que utilizaron. Hablarán de Claudio Ranieri. Su tranquilidad, su humor, sus gestos tan en la línea del estereotipo italiano. El Leicester ganó la liga porque todo se hizo en el momento adecuado y porque cada cuento épico necesita un protagonista poco probable. El Leicester ha sido más que un trabajo para Ranieri, y siempre será más que un simple entrenador para ese club.
Del mismo modo que no hay una sola cosa a señalar como factor determinante en la mágica temporada pasada del Leicester, tampoco lo hay en la caída del equipo este año. Claudio enseñó a estos jugadores aquello de “ningún jugador en solitario es tan bueno como todo un equipo junto”, algo que parece que ha abandonado esta plantilla. Por lo que bajo nuestro punto de vista, debería haber sido en todo caso Claudio Ranieri el que se marchara, tras la pérdida de esa identidad. El sentimiento no puede mantenerte atado a un lugar.
¿Por qué la mayoría de entrenadores y aficionados al fútbol nos sentimos tan dolidos por su salida? Probablemente porque consideramos que Claudio Ranieri no se merecía esto. Nos sentimos desprotegidos. Si un entrenador de la élite no se salva de la guadaña de su presidente habiendo conseguido tal hito histórico, ¿qué no podría llegar a hacer un mandatario de fútbol base con sus entrenadores (como sois la mayoría de los que estáis leyendo esto)?
En definitiva, y como comentábamos al principio, creemos que ha sido la agudizada expectativa la que exacerbó la situación del Leicester. Lo que debería ser el pan de cada día para un club como éste (luchar por no descender), ha matado el cuento de hadas. Lo duro y cruel de esto es que, si Ranieri no hubiera conseguido el título de liga la pasada temporada, y simplemente hubiera salvado al equipo del descenso, probablemente Sir Claudio seguiría en su puesto de trabajo.
Grazie di tutto, Claudio.
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