Os traemos un extracto del libro “El efecto Simeone” que podrás descargar íntegro al final de este artículo. En él se explica la visión del fútbol y el liderazgo de Simeone a lo largo de su carrera como entrenador:
“El liderazgo dentro de un grupo no se elige. Tú no decides que quieres ser el líder de un equipo. Es el propio equipo el que te sigue por tener tú una serie de características que te diferencian del resto. Ese es mi caso.
Yo no trato de buscar ese liderazgo dentro de un grupo. Sé que lo tengo. No se puede entrenar, es natural, se da, y no hay que pensarlo más. Admito que en ocasiones no es fácil encontrar la razón por la que los miembros de un grupo te eligen para ser su líder. Pero normalmente las personas elegidas para asumir ese cometido son diferentes al resto. Caminan distinto, miran distinto, transmiten cosas cuando hablan. Todo eso y otro tipo de detalles hacen que al final esa persona sea observada con admiración por parte de los jugadores.
En la conducción de un grupo intento hablar poco. Siempre prefiero que sean los hechos los que vayan marcando mi trayectoria y mi personalidad. Al final, es el tiempo el que va determinando tanto las acciones del director del grupo como de sus componentes. No tiene sentido perder mucho tiempo en palabrería que no conduce a nada. Eso son cuentos y el jugador lo percibe rápidamente. Nunca me han gustado las típicas frases que buscan agradar al oído. El jugador lo que quiere es algo concreto, que le hables de algo que le interesa, que seas capaz de llegar a él, de entrar en su mente para provocarle una reacción y una identificación que es tan necesaria para el buen funcionamiento del grupo.
Desde chico ya mostré una gran capacidad para asumir responsabilidades. Siempre era capitán de los equipos en los que jugaba. Puede que estuviera predestinado para ejercer una labor de conducción de grupos, de persona con soluciones para gestionar personas y convencerlas de la benevolencia de mis ideas.
La verdad es que mi cabeza empezó a pensar como un entrenador desde muy joven. Con 25 o 26 años ya analizaba los partidos como si yo fuera el entrenador de mi equipo. Pensaba cómo reaccionaría si tuviera que decidir el once que iniciara el partido, cómo le jugaría al equipo rival, los marcajes o los cambios que se podían hacer durante el transcurso de los encuentros. Ya en esa época sabía que cuando acabara mi carrera como futbolista seguiría ligado a este mundillo desde los banquillos. Según veía que se acercaba mi final en los terrenos de juego yo iba hablando ya a mis compañeros como un entrenador. Y lo que es más importante: ellos admitían ese rol mío dentro del grupo. Me seguían. Yo sentía que me escuchaban y que llegaba a ellos.
Por ello, a los 31 años comencé a hacer el curso de entrenador y recuerdo que en el tramo final de mi época de futbolista convocaba reuniones con mis compañeros en el vestuario para explicarles mis conceptos. Por supuesto, intentaba no inmiscuirme en el trabajo del entrenador. No les hablaba de tácticas. Pretendía concienciar a mis compañeros antes de los partidos, motivarles y expresarles lo más grande que estábamos viviendo en ese momento. También les comentaba cómo había que resolver los asuntos que se nos planteaban dentro del grupo y que podían afectar al buen funcionamiento del equipo.”
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